La ansiedad es un estado fisiológico caracterizado por componentes cognitivos, somáticos, emocionales y conductuales.
Estos componentes se combinan para crear los sentimientos que normalmente reconocemos como miedo, aprensión o preocupación.
La ansiedad suele ir acompañada de sensaciones físicas como palpitaciones, náuseas, dolor en el pecho, falta de aliento, dolor de estómago o dolor de cabeza.
El componente cognitivo implica la expectativa de un peligro difuso y seguro.
Somáticamente, el cuerpo prepara al organismo para hacer frente a la amenaza conocida como reacción de emergencia: aumentan la presión arterial y la frecuencia cardíaca, aumenta la sudoración, aumenta el flujo sanguíneo a los principales grupos musculares y se inhiben las funciones del sistema inmunológico y digestivo.
Externamente, los signos somáticos de ansiedad pueden incluir piel pálida, sudoración, temblor y dilatación pupilar.
Emocionalmente, la ansiedad causa una sensación de temor o pánico y físicamente provoca náuseas y escalofríos.
Conductualmente, pueden surgir comportamientos voluntarios e involuntarios dirigidos a escapar o evitar la fuente de ansiedad y, a menudo, desadaptativos, siendo los más extremos en los trastornos de ansiedad.
Sin embargo, la ansiedad no siempre es patológica o desadaptativa: es una emoción común junto con el miedo, la ira, la tristeza y la felicidad, y tiene una función muy importante en relación con la supervivencia.
Se cree que los circuitos neuronales que involucran la amígdala y el hipocampo subyacen a la ansiedad.
Cuando se enfrentan a estímulos desagradables y potencialmente dañinos, como olores o sabores desagradables, los escáneres PET muestran un aumento del flujo sanguíneo en la amígdala.
En estos estudios, los participantes también informaron ansiedad moderada.
Esto podría indicar que la ansiedad es un mecanismo de protección diseñado para evitar que el organismo participe en comportamientos potencialmente dañinos.